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¡Papi, saldré un rato a
pasear con mis compañeros! —se despidió Brayan.
Tenía 15 años, ya era todo un hombrecito. A su papá le emocionaba ver su
independencia y no le quería prohibir la oportunidad de aprender a vivir y
enfrentar los desafíos del mundo. “No te demores, vuelve rápido”, le dijo antes
de dejarlo ir.
Amó a su hijo desde el
vientre de su madre. Le ayudaba con sus tareas y siempre estaba en todas las
reuniones de la escuela. Ese día fue el más maravilloso de su vida como papá,
sentía que su hijo se hacía hombre, y tenía ganas de seguirlo a espiar; pero se
contuvo. Media hora después recibiría una llamada de la policía: “¿Usted es
padre de Brayan? ¡Acérquese al hospital!”.
Encontró a su hijo sin
vida. No podía respirar, no dejaba de gritar y lloró sin consuelo. Todas sus
ilusiones de buen padre se esfumaron. Y, en su cabeza, no dejaba de sonar
aquellas palabras de su hijo: “Papá, cómprame un celular nuevo”.
Se consideraba mal padre al acceder y convencer a su esposa, la compra del celular táctil. Lo habían asesinado de un balazo por un “simple” celular, a falta de vigilancia policial.
Se consideraba mal padre al acceder y convencer a su esposa, la compra del celular táctil. Lo habían asesinado de un balazo por un “simple” celular, a falta de vigilancia policial.
Ahora, lo único que necesita es estar con el hijo ausente, aunque sea sólo por un momento. ¡Un
último abrazo! Y, a sus amigos, autoridades y vecinos nos toca “erradicar” la
delincuencia en memoria de Brayan. ¡Organizarnos en rondas vecinales!
grobercutipa@gmail.com
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