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En el corral el ternero berreaba y saltaba sin descanso, reclamando que lo
lleven al lado de su madre para tomar la parte de la leche que le correspondía.
Y yo, un niño de siete años, también reclamaba mi ración. Mi abuela
ordeñaba la vaca y me daba una tasa la leche fresca, y yo bebía en competencia
con el becerro: calientita y dulce, muy diferente a la leche hervida. Así fue
hasta los doce años, hasta que mi mamá prohibió que me dieran de beber leche
cruda, el personal de salud le advirtió que contenía microbios. ¿Me enfermé? ¡No! A los cuarenta años no
sufro de problemas estomacales ni parasitosis.
Para la secundaria mis padres me enviaron a la ciudad y comencé tomar leche
evaporada: era más barato y fácil de preparar. Ya adulto, en las chocolatadas
mis compañeros de trabajo creían que la
leche fresca de vaca les producía timpanismo en el estómago, influenciados por
la publicidad pensaban que la leche en tarro era más saludable. Ahora que se ha
descubierto que Pura Vida, era lácteo enriquecido con otros productos y menos
leche, ¡como todos me siento estafado!
Volveré a tomar leche de fresca de vaca 100% natural y libre de
preservantes. Espero descubrir muchos casos de publicidad engañosa como la de
jugos de frutas que no tienen frutas sino saborizantes, galletas de miel de
abeja que sólo contienen azúcar quemado o
gaseosas light que no son tal.