Por Grober Cutipa Huarcaya
Foto: redes |
“Mi esposa, está
embarazada: espero que sea mujercita, mi primer hijo es varón”, decía Carlos,
muy emocionado. Y, cuando nació la criatura: “Había sido varoncito”, vino decepcionado. “Mejor, para que no sufra; hay tanto maleante que
golpea y viola mujeres”, respiraba aliviado. Así como en el tiempo del
virreinato, donde los quechuas y aymaras preferían que sus descendientes fueran
mujeres: debido a que los varones nacían para morir en la mita de Potosí.
Ahora, los padres de familia de Puno y del país, ruegan que sus descendientes sea varoncitos: quisieran tener
mujercitas para criarlas con amor; pero por tanto desalmado que violenta a las damas, tienen temor de criarlas para
una vida tormentosa.
A este extremo de
preocupación, ha llevado la violencia a la mujer: la mayoría de padres de
familia, quisieran proteger a sus hijas, toda la vida; pero no pueden, a la
edad madura se casan, y cuando las dejan ir ruegan a todos los santos que el
marido no sea un “monstruo”. Saben que cuando el esposo la golpea, los vecinos
dirán: “No que hay meterse, es problema de pareja”. Y, no hay justicia para
mujeres golpeadas, como el caso de la profesora Jovana Cartagena Flores,
lesionada por su pareja hasta casi ser asesinada, y hasta ahora no ha obtenido
una sanción ejemplar por parte del Poder Judicial.
"No queremos más
corrupción, ni más impunidad. Las mujeres peruanas queremos justicia", son
frases repetidas por miles de varones, mujeres, niños y adultos, después de la
movilización Ni Una Menos. "Si
tocan a una, tocan a todas", exclaman con ímpetu. “Si vez que maltratan a
tu vecina, denuncia al agresor”, agregan. Se demanda una sociedad más
igualitaria, ante el incremento de agresiones hacia la mujer, brindándole desde
el Estado la posibilidad de obtener autonomía económica; para salir del esquema
de dependencia: con empleo y capacitación.
grobercutipa@gmail.com
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