Ilustración: redes |
Cuando un alcalde es
honesto, los asesores, trabajadores y empresarios le cuestionan, le exigen
coludirse para direccionar las licitaciones, con la justificación de que “no importa
que robe, con tal de que haga obras”; lo que perpetúa la corrupción y la
injusta distribución de la riqueza. Y, el trabajador honrado es un desadaptado
social, se tiene que alinear por las
buenas o por las malas, o simplemente le despiden. Los corruptos son admirados
y protegidos, y la justicia es una simple marioneta en sus antojadizas manos.
Ahora que Odebrecht
reconoció millonarios sobornos a presidentes y funcionarios peruanos, ha
generado indignación en la mayoría de compatriotas y, otra facción es indiferente,
como si pensaran que en corrupción están todos. Ósea el fenómeno de la
corrupción ha penetrado en la mentalidad de esas personas al grado de que hay
una aspiración por pertenecer a esas redes—financiar o hacer pintas para el candidato ganador en
campaña electoral—, para obtener una camioneta y
dinero. Pero no quieren ser autoridades, sólo asesores, gerentes o
administrativos.
Una de las alternativas
para solucionar este problema, es inculcar a los niños la honradez desde la
escuela, los gobernantes tengan el valor y dignidad de transmitir probidad en
la administración gubernamental, para promover el bien común; y las
organizaciones políticas practiquen los principios y valores que pregonan en su
doctrina para recuperar la credibilidad que necesitan y proporcionar a la
ciudadanía el bienestar, la seguridad y la justicia que espera alcanzar.
Publicado en
el Diario Correo
No hay comentarios.:
Publicar un comentario